Crónica de una experiencia
Prácticamente
un mes después de nuestra primera excursión, hemos tenido, de nuevo, la
oportunidad de disfrutar de un maravilloso día de otoño y de saborear los
encantos de nuestra Extremadura.
En
esta ocasión por tierras de la Comarca de Sierra de Montánchez y Tamuja.
Salimos
algo más tarde de lo previsto y por eso llegamos a Valdemorales, nuestro primer
destino, alrededor de las 11 de la mañana. Habíamos pasado infinidad de veces
por esta carretera pero nunca nos aventuramos a entrar en el pueblo. Y por fin
lo hemos hecho. Paseamos por sus calles, y descubrimos sus rincones llenos de
encanto, sus casas cimentadas sobre rocas graníticas, las construcciones de
piedra, el olor a pueblo, a gente de campo; todo ello enmarcado en un paisaje
natural de singular belleza.
Dejamos
atrás Valdemorales con el sentimiento de que ha merecido la pena y la
satisfacción de que después de haber pasado tantas veces casi rozándolo, por
fin, nos hemos decidido a conocerlo un poco más de cerca.
Poco
después llegamos a Zarza de Montánchez. Nuestro objetivo saludar a la Terrona.
Siguiendo las precisas indicaciones de una lugareña, no tardamos en dar con
ella. En nuestro camino nos encontramos con un puentecillo romano perfectamente
integrado en el paisaje que empieza a poblarse de encinas a ambos lados del camino encallejonado
entre antiguas paredes de piedra. Y ahí está, tan señorial y majestuosa. Grande
y hermosa, sabedora de las muchas historias y aconteceres de sus más de
ochocientos años vividos. Años que le han hecho mella y hoy la vemos apoyada
sobre puntales en los reposan sus pesadas ramas. Pero ahí sigue su fuerte y
enorme tronco enraizado a la tierra. Y que siga siendo así por mucho tiempo.
Seguimos
camino hacia Alcuéscar, concretamente hacia la Basílica Visigoda de Santa Lucía
del Trampal. Llegamos justo a tiempo de visualizar en el Centro de
Interpretación un video en el que además
de la contextualización histórica del lugar también se reproducen las
diferentes etapas constructivas y su evolución a lo largo del tiempo.
Ya
en el exterior, olivos, higueras y naranjos, recuerdos de lo que en otro tiempo
fueron huertas y jardines. Y un poco más
arriba el edificio, uno de los pocos de
la España visigoda que se conservan en la mitad sur de la Península. El entorno
natural está poblado por grandes dehesas de alcornoques y se puede observar
desde aquí la Sierra de Montánchez y su castillo hacia donde nos dirigimos.
A
Montánchez llegamos a la hora propia del tapeo, desafortunadamente, la Fundación
Van der Linde está cerrada y no podemos visitarla, pero sí subiremos al
castillo. Después de un breve paseo por sus calles y plazas, de disfrutar de
los bares y la gastronomía locales y tras una breve sobremesa emprendemos
nuestro paseo hacia arriba a lo más alto del pueblo. Ya la subida nos va
regalando unas magnificas vistas que se tornan aun más bellas con el sol de la
tarde y que se volverán, todavía, más impresionantes cuando las contemplamos
desde los restos de sus murallas y torreones.
Cuando
la tarde va cayendo y ya de regreso al pueblo, no desaprovechamos, de paso, la oportunidad de hacer una breve visita al
Cementerio, elegido recientemente como el mejor camposanto de España por su
belleza especial, ya que está situado
en la ladera del escarpado risco, coronado por el castillo y por sus
impresionantes vistas, a más de 700 metros de altura.
Quedan pocos minutos de luz y ya de vuelta vemos
anochecer en Arroyomolinos desde donde, tras tomar un café en un local junto a
la iglesia, continuamos hacia Almoharín para dar aquí por finalizada la
jornada.
La intención de comprar unos bombones de higo se queda solo en eso, ya
que no conseguimos encontrar ningún establecimiento donde adquirirlos, con lo
que tras dar una vuelta infructuosa por el pueblo y pasar por la plaza - por
llevarnos una foto de recuerdo- ponemos dirección a casa con el pensamiento
puesto en la próxima excursión.
Nos vemos en ella.