Erlo.
Cuando aún están
calientes los cuerpos de las últimas víctimas de la violencia machista, unos
días después de la impresionante Marcha Estatal del pasado 7N y ya cerca del
25N, no puedo evitar reflexionar sobre algo concreto y hacerlo en voz alta.
En estas fechas ya
empiezan a distribuirse catálogos de juguetes con los que tentar a las familias
para “hacer felices” a niñas y niños. Hojeo uno que llega a mis manos y me
sorprende un año más la repetición de los mismos roles sexistas. Me centro solo
en dos ejemplos. Basta con echar un vistazo para darse cuenta de que no aparece
ningún padre jugando con sus hijxs y vemos a las niñas en un
papel secundario con respecto a los niños. ¿Por qué? ¿Qué quieren decirnos?
¿que son, solo, las madres las que cuidan y juegan con los hijxs?, ¿que las
niñas ni pueden conducir ni les gustan las motos, salvo que sean de color rosa
y con dibujos de princesitas?
Lo comento en el
trabajo y me dicen que es normal, que refleja la realidad, que se ven muy pocos
padres jugando en los parques con sus hijxs, que a los hombres no les atrae
pasear y jugar con ellxs y que a las niñas les gustan “esas cosas”.
Si, desgraciadamente,
esto es reflejo de la realidad, tendremos que plantearnos que frente a la
resignación, la aceptación y el mirar para otro lado están el deber y la
necesidad de cambiar esa realidad.
Una compañera dice no
entender qué tiene esto que ver con la violencia machista y me llama exagerado
y extremista. No sé si lo seré, pero lo que sí tengo es la certeza de que algo
está fallando o quizás es que aún no ha empezado ni siquiera a funcionar.
Queda tanto por
hacer…
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