Erlo.
Ayer estuvimos en las
plazas de los pueblos, de las ciudades, en muchos y diversos lugares. Hoy en
las puertas de los centros de trabajo. Un puñado de personas guardando un
momento silencio, y me temo que habrá más.
Y ahora tenemos todo el tiempo del mundo para llenarlo de voces, de gritos, de sonidos capaces de acallar los estruendos y estallidos de las armas, para rebatir el discurso atroz de los fanatismos.
Y ahora tenemos todo el tiempo del mundo para llenarlo de voces, de gritos, de sonidos capaces de acallar los estruendos y estallidos de las armas, para rebatir el discurso atroz de los fanatismos.
Tengo miedo, no lo
oculto. Tuve miedo cuando vi derrumbarse las torres gemelas y lo tengo cuando
vienen a mi recuerdo las horribles imágenes de aquel 11 de marzo en nuestro
país, que se vuelven más cercanas ante la última tragedia de Paris.
El miedo es libre, y la
memoria débil. Desgraciadamente, tiene que suceder algo terrible para que nos
demos cuenta del mundo real en que vivimos.
Y ese miedo, que me
produce tanto horror y tanta rabia, no me lo calma ver despegar aviones
militares, solo 48 horas después de lo de Paris.
No es venganza, dicen,
es una respuesta acorde con lo sucedido.
Francia está en guerra,
ha sentenciado el presidente francés.
Olvidamos, o simplemente
no queremos ver, que hechos dramáticos como el de Paris, están sucediendo
diariamente en todo el mundo, pero como cada cual tiene su propio mundo, solo parece importarnos cuando sucede en el
nuestro.
Nos solidarizamos con
las víctimas, pero, ¿con todas las víctimas? O acaso, ¿no son víctimas quienes
huyen de la muerte y la destrucción, llegando incluso a perecer en el intento?,
¿no son víctimas las miles de personas que abarrotan y malviven en los campos
de refugiados? Esta es la trágica y cruel realidad, tantas veces olvidada, que
se repite en diferentes rincones del planeta.
Y por si no fuera
suficiente hay quien tiene el cinismo de buscar culpables, precisamente, entre
estas víctimas.
Pero cuando el terror se
adueña de ese llamado primer mundo, cuando se convierte en objetivo y víctima
real de esa misma tragedia, la cosa cambia. Entonces sí somos conscientes de
que cualquiera es una posible víctima.
Extraña mezcla entre
solidaridad y egoísmo.
Preguntémonos,
quiénes son realmente los culpables,
quiénes fabrican y suministran las armas, quién se beneficia de las guerras,
cuánto gana con esto la industria armamentística…
Los responsables, los
culpables se esconden, se disfrazan y nos tratan de seducir para que creamos y
confiemos en sus bondades. Pero, raramente, serán víctimas de nada salvo de su
propio egoísmo y su miserable humanidad. No tienen que huir a causa de las
guerras, salvo que sea para ir a un lugar mejor. Y no suelen morir a causa de
las guerras. Pero son quienes las fabrican y las alimentan.
Es el pueblo, como
siempre, la gran víctima. Que los momentos de silencio lo sean también de
reflexión. Y por eso como pueblo no deberíamos renunciar a la utopía y
trabajar sin descanso para lograr algún día el mejor de los silencios: el
silencio de las armas.
Imagina que hay una
guerra
y no vamos nadie. (Anónimo)
"Malditas sean las guerras y malditos los canallas que las
apoyan". Julio Anguita
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