lunes, 16 de noviembre de 2015

Un momento de silencio

Opinión.
Erlo.

Ayer estuvimos en las plazas de los pueblos, de las ciudades, en muchos y diversos lugares. Hoy en las puertas de los centros de trabajo. Un puñado de personas guardando un momento silencio, y me temo que habrá más.
Y ahora tenemos todo el tiempo del mundo para llenarlo de voces, de gritos, de sonidos capaces de acallar los estruendos y estallidos de las armas, para rebatir el discurso atroz de los fanatismos.
 
Tengo miedo, no lo oculto. Tuve miedo cuando vi derrumbarse las torres gemelas y lo tengo cuando vienen a mi recuerdo las horribles imágenes de aquel 11 de marzo en nuestro país, que se vuelven más cercanas ante la última tragedia de Paris.
 
El miedo es libre, y la memoria débil. Desgraciadamente, tiene que suceder algo terrible para que nos demos cuenta del mundo real en que vivimos.
Y ese miedo, que me produce tanto horror y tanta rabia, no me lo calma ver despegar aviones militares, solo 48 horas después de lo de Paris.
 
No es venganza, dicen, es una respuesta acorde con lo sucedido.
Francia está en guerra, ha sentenciado el presidente francés.
 
Olvidamos, o simplemente no queremos ver, que hechos dramáticos como el de Paris, están sucediendo diariamente en todo el mundo, pero como cada cual tiene su propio mundo, solo parece importarnos cuando sucede en el nuestro.
 
Nos solidarizamos con las víctimas, pero, ¿con todas las víctimas? O acaso, ¿no son víctimas quienes huyen de la muerte y la destrucción, llegando incluso a perecer en el intento?, ¿no son víctimas las miles de personas que abarrotan y malviven en los campos de refugiados? Esta es la trágica y cruel realidad, tantas veces olvidada, que se repite en diferentes rincones del planeta.
Y por si no fuera suficiente hay quien tiene el cinismo de buscar culpables, precisamente, entre estas víctimas.
 
Pero cuando el terror se adueña de ese llamado primer mundo, cuando se convierte en objetivo y víctima real de esa misma tragedia, la cosa cambia. Entonces sí somos conscientes de que cualquiera es una posible víctima.
Extraña mezcla entre solidaridad y egoísmo.
 
Preguntémonos, quiénes  son realmente los culpables, quiénes fabrican y suministran las armas, quién se beneficia de las guerras, cuánto gana con esto la industria armamentística…
 
Los responsables, los culpables se esconden, se disfrazan y nos tratan de seducir para que creamos y confiemos en sus bondades. Pero, raramente, serán víctimas de nada salvo de su propio egoísmo y su miserable humanidad. No tienen que huir a causa de las guerras, salvo que sea para ir a un lugar mejor. Y no suelen morir a causa de las guerras. Pero son quienes las fabrican y las alimentan.

Es el pueblo, como siempre, la gran víctima. Que los momentos de silencio lo sean también de reflexión. Y por eso como pueblo no deberíamos renunciar a la utopía y trabajar sin descanso para lograr algún día el mejor de los silencios: el silencio de las armas.
 
Imagina que hay una guerra
y no vamos nadie. (Anónimo)
 
"Malditas sean las guerras y malditos los canallas que las apoyan". Julio Anguita

No hay comentarios:

Publicar un comentario